Recuerdo que al ver anochecer en el Bósforo pensé que aquellos eran los colores más bonitos del mundo. Cuando probé el pad thai en Chiang Mai, creí fervientemente que aquella era la comida más buena del mundo. Cuando entré en el mercado de las especias, afirmé que aquella fragancia nada sutil era el mejor olor del mundo. Cuando escuché cantar a los gondoleros, asumí que aquel sonido era el más bonito del mundo.
Lo pensé sin recordar el color de tus ojos, lo creí sin rememorar el sabor de tus besos, lo afirmé ignorando el olor de tu cuerpo, lo asumí porque olvidé el sonido de tu voz cuando me decía:
-El lugar más bonito del mundo eres tú.